Que las personas, los padres en especial, no se planteen qué tipo de vida han tenido que llevar los animales que ven en los circos demuestra la frivolidad que caracteriza a una parte de los humanos. Es de suponer que no es propio de un león saltar un aro de fuego. Los animales temen al fuego por lo que resulta fácil de entender que para que haga semejante gracieta un felino, es porque previamente lo han martirizado. ¿ Puede ese respetable padre que adora a sus hijos hacer algo más que reírse ante un elefante sentado en un pequeño banco? Pues si, podría plantearse que los elefantes no se sientan en bancos, que solo a golpe de látigo y otras barbaridades aprenden a hacerlo que, por tanto, no es moralmente aceptable un espectáculo así para las personas de bien y sobre todo para los niños a los que se deberá educar en el respeto a la naturaleza y en la repulsa hacia métodos causen dolor en un ser vivo.
Pero aunque cada vez produce más rechazo este tipo de espectáculos, todavía quedan padres que disfrutan con sonrisa bobalicona mientras ven a su hijo pasarlo bien con semejante espectáculo. El niño ignora todo, es inocente. Quizá si supiese la tortura a la que es sometidos ese elefante tan bondadoso y grandote, le plantearía a su padre ¿ qué hacemos aqui?
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